¡Oh milagrosa lámpara. Consuelo
del que busca en la sombra algo perdido;
mi alma se consume con el hielo,
con el hielo punzante del olvido.
Persigo con afán el raudo vuelo
de un tropel de ilusiones que se han ido
que se fueron aún, sin que otro anhelo
sobre mi corazón hiciera nido.
¿Dime en que fronda de purpúreas rosas
sepultaron mi amor y mi esperanza?
Tu que tienes piedad para las cosas,
tu que aromas el ámbito desierto,
aleja de mi pecho la acechanza
y perfuma las rosas de mi huerto.
Caracas, 6 de octubre de 1.915