SALMO
Bendito el surco de tus labios rojos
donde gusté la miel mas dulce y buena;
y el fuego ardiente de tus negros ojos
que borraron la noche de mi pena.
Tu blonda crencha que adoré de hinojos
y fue cojín de seda a mi quebranto;
tus manecitas blancas, tus sonrojos
que apagaron la fiebre de mi llanto.
Explende tu gracia y gentileza
y la hermosura del amor triunfante,
como el soberbio sol de la belleza;
así te escudas del puñal que esgrime
la mano del dolor a cada instante
y la alegría del corazón exprime…
Noviembre, 1.916